miércoles, 30 de abril de 2014

ANOCHE, EN LA TELEVISIÖN, CASI HAGO PLENO DE ACIERTOS EN MIS APUESTAS

No soy un ávido consumidor de tele. Sólo estoy enganchado  a "El príncipe" -no sé si por el embrujo de los ojos moros de la protagonista o por el toque dramático de un Coronado al que todos decepcionan, y que ha ido ganando categoría con los años-, y a "Máster Chef", aunque ese programa me gustaría más si en lugar de ser un reality con trasfondo culinario, fuera realmente un concurso de cocina, y los participantes en lugar de ser djs, arquitectos, publicistas o nigromantes altos y guapos y jóvenes, fueran personas normales que supieran cocinar. Y a ese par de vicios, más o menos confesables, debo añadir el de los buenos partidos de fútbol, que aunque abunda el peloteo, luego no son tantos los partidos verdaderamente interesantes que merece la pena ver.
Pero anoche coincidieron dos acontecimientos televisivos de mi apetencia (aunque, para ser riguroso, uno fue detrás del otro). En la 1 el partido de fútbol de las semifinales de la Champion entre el Bayern y el Real Madrid, y en Tele5 el penúltimo -supongo- capítulo de "El príncipe". Y casi hago pleno en un par de apuestas que surgieron alrededor de ambos eventos.
Desde que hace dos años, precisamente coincidiendo con la ida de un Bayern-Real Madrid de semis de Champion en Munich, estuve más para allá que para acá, digamos que "veo cosas"; y así, desde entonces he acertado algunos resultados deportivos inexplicables, he vaticinado algunas muertes imprevistas (por desgracia) y he atinado más en ciertas premoniciones que esos adivinos chapuceros que habitan los programas televisivos de madrugada, sólo aptos para noctámbulos insomnes y al borde de la desesperación. Y ayer me volvió a pasar. A la hora de la comida "vi" una pantalla de televisión con un 0-3 a favor del Real Madrid en el infierno bávaro. Lo malo es que esa visión, por la que más de uno me tachó por la tarde de loco, debió de producirse antes de que a Cristiano Ronaldo le diera por marcarse una frivolidad y engañar en el lanzamiento de una falta directa al borde del área incluso al realizador de la televisión. Es lo que tienen los genios, que a veces disfrutan chafando las predicciones de los pobres mortales como un servidor.
Sin embargo, en el caso de la serie de Tele5 acerté de lleno. Aunque en ese caso no fue cosa de mi presunta virtud visionaria, sino de mi oficio de narrador, que imagina argumentos y guiones. Me explico. Llevo desde el principio de la serie diciendo que el candidato a marido legítimo de la amante del poli, que se pasa la serie luciendo una arboladura de solemnidad, huele a malo que apesta. Más que un cargamento de fruta que se corrompe en un contenedor expuesto durante semanas al sol de verano. Algún amigo que sigue la serie me decía hasta anoche que esa deducción era fruto de mi imaginación delirante. Con la cara de pretendiente ideal que tiene el como se llame ese, que en la serie va de buen chico que nunca ha raspado siquiera el grabado de un plato.
¿Pero tan difícil es de entender que el poli Morey necesita un antagonista de verdad, y que ese no puede ser Faruk, el hermano de Fátima, que sólo vela por lo que le interesa?
Además, para que la bella mora no falte a sus promesas familiares, y al final todos sean felices y coman perdices (no como en "Juego de tronos", que veía cuando podía pagar la hipoteca de una casa propia y la cuota mensual del Canal Plus), hay que pillar en un renuncio al novio irreprochable. Es de manual. Incluso ese final se le habría ocurrido al guionista del culebrón sudamericano menos pretencioso.
Anoche por fin se le vio el plumero al barbitas. Lo suyo es que los guionistas realmente nos sorprendieran y se inventaran otro final. Yo que sé, o un barrio que explota por los aires. O que en realidad la morita de los ojos brujos sea la mala de la peli, con lo buena que está, y se haya estado cepillando toda la temporada al tolilas del espía del CNI para enterarse de todo y pasarle la información al sufrido y resignado novio, y al hermano pequeño que amaga desde el principio con convertirse en un mártir de una causa que está más que clara desde el principio.
En fin, el martes saldremos de dudas. Pero sólo a ese respecto. Porque el Madrid tendrá que esperar un poco más para conseguir la "décima". Si es que, por fin, la consigue este año.

martes, 29 de abril de 2014

ENTREGA PREMIOS VII CERTAMEN LITERARIO "CUÉNTAME PORTILLO"

(de izquierda a derecha) José Ignacio García (coordinador del certamen), José Antonio Palomares (ganador),
Pedro Alonso Martín (alcalde de Portillo), y Luis Marigómez (escritor y mantenedor del acto) 

El pásado sábado día 26, tuvo lugar la entrega de premios del VII CERTAMEN NACIONAL DE RELATO CUÉNTAME PORTILLO, en una gala que contó con la actuación del cuarteto de cuerda DOLCI CORDE, y en la que ofició como mantenedor el poeta, escritor, crítico y traductor Luis Marigómez, que desplegó una interesante teoría comparativa de los temas fundamentales de la literatura, desde la antiguedad hasta nuestros días, utilizando como ejemplos "La odisea" de Homero, "Don Quijote de la Mancha" de Cervantes, "El camino" de Delibes, y el relato "Laura o Silvia o Eva", con el que el escritor madrileño José Antonio Palomares se hizo acreedor al galardón del certamen, consistente en una pieza de alfarería del artista local José María Martín Torres y 600 € .



martes, 22 de abril de 2014

JOSÉ ANTONIO PALOMARES GANA EL VII CERTAMEN NACIONAL DE RELATOS “CUÉNTAME PORTILLO”.

Un jurado -presidido por el poeta, crítico literario y expresidente del gremio de libreros de Valladolid, Enrique Señorans; y formado por el abogado Enrique Nieto, el catedrático de Literatura José Luis Salvador, el guionista y productor audiovisual y cinematográfico Zeus Pérez Villán, por el escritor José Ignacio García, premio Miguel Delibes de Narrativa 2009, y por el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Portillo, Carlos Goméz Iglesias, que además actuó como secretario- decidió, entre los 378 relatos recibidos de España y Sudamérica, conceder por mayoría el premio al relato “Silvia o Laura o Eva”. Una vez abierta la correspondiente plica, resultó ser su autor el escritor José Antonio Palomares (Madrid, 1974). Palomares –que está casado con la exitosa escritora Rebeca Rus, y es director creativo de una afamada agencia de publicidad, con la que ha conseguido un León de Oro en Cannes y varios Soles de Oro en San Sebastián- ha obtenido diversos premios literarios, como el “Ciudad de Algeciras” o el “Castillo de Puche” de novela corta; el “Café Bretón” o el “Gerard Brenan” de Narrativa, y ha publicado las novelas cortas “El alma del pupitre de al lado”, “El cornezuelo de cola azul” y “Las cifras mandan, Balboa”- Además, en 2006 obtuvo el Premio de Narrativa Joven de la Fundación Complutense con su novela “Me llaman Fuco Lois”. El relato de Palomares, ambientado en una estación de metro y escrito en segunda persona es trepidante, va ganando intensidad conforme avanza la trama y culmina con un desenlace inesperado y sorprendente que, tras arduas deliberaciones, se ganó la voluntad de la mayor parte de los miembros del jurado. El acto de entrega del premio, dotado con 600 € y trofeo conmemorativo, tendrá lugar el próximo sábado 26 de abril, a las 20,00 h. en el teatro Álvaro de Luna de Portillo, en una ceremonia que contará con la participación del cuarteto de cuerda “Dolci Corde” y en la que ejercerá como mantenedor el escritor Luis Marigómez.

viernes, 4 de abril de 2014

REFLEXIONES DE CINE

De alguna manera, con el cine me pasa como con la literatura. Soy poco propenso -salvo los títulos fundamentales, y porque no me queda otro remedio- a leer literatura escrita en cualquier idioma que no sea el castellano, porque tengo la sensación de que siempre estaré leyendo al traductor, en lugar de disfrutar al creador de la obra en su lenguaje original. En el caso del cine la cuestión es aún más compleja, ya que al tema de la traducción de los textos -baste el ejemplo de los títulos: lo que en EEUU aparece con el nombre de PLUM, en España se titula EL DÏA LLUVIOSO EN QUE A MARY O¨SULLIVAN LE APETECIÖ TOMARSE UN CHOCOLATE CALENTITO; Y NO PUDO HACERLO PORQUE LE DOLÏA UN PADRASTRO EN EL DEDO GORDO DEL PIE DERECHO- se une el doblaje de las voces originales. Y menos mal que en este país, algo bueno tenemos que tener, podemos presumir de unos actores de doblaje extraordinarios, que en muchas ocasiones contribuyen a mejorar bastante la calidad de la cinta.

Por esa razón, suelo acudir al cine con frecuencia para ver todas las películas made in Spain que puedo, aunque al cabo de dos horas salga de la sala con cara de acelga anémica de clorofila, por muy buenas referencias mediáticas, críticas o publicitarias, que la peli consumida atesorara previamente.

En el lugar donde vivo había una discoteca mastodóntica, que lanzaba rayos láser cuando La guerra de las galaxias no había tomado la primera comunión. Cuando a la gente se le quitaron las ganas de bailar, la disco cerró sus puertas y se reconvirtió en unos multicine, donde se puede ver lo que se puede ver. Tal vez por esa razón me cogiera de sorpresa que una de las principales candidatas a los goya de este año fuera una película de David Trueba de la que no había oído ninguna referencia. Vivir es fácil con los ojos cerrados se convirtió desde entonces, y aunque sólo fuera por el hecho de haber recibido tantas nominaciones, en un oscuro objeto de deseo, que no encontraba anunciada en ninguna cartelera.

Estaba seguro de que no sería un buen sucedáneo, pero aprovechando la campaña de cine barato que han ofertado algunos cines durante unos días, entretuve el mono cinéfilo viendo el bombazo de la temporada, la peliícula española más taquillera de la historia, etc, etc, etc. Ocho apellidos vascos me pareció una payasada en toda regla. Clara Lago tiene de vasca lo que yo de noruego, Karra Elejalde hace un personaje sobreactuado, Carmen Machi me sigue recordando a Aída, y el prota que hace de sevillano disfrazado de líder de la insurrección vasca -y de cuyo nombre no logro acordarme- es un poco patético. El argumento no puede ser más manido y socorrido: chico conoce chica por casualidad, se cuelga de ella y la persigue; el azar les hace fingir lo que no son, y al final los dos terminan siendo lo que estaba cantado a gritos que iban a ser. Vamos, una comedia de amor con un final feliz en coche de caballos por las calles de Sevilla, con Los del Río amenizando la excursión. Y los chistes, y las confusiones en el uso del euskera no pueden ser más facilones. Pero, qué quieren que les diga, no paré de reírme desde la primera escena hasta que al final aparecieron los títulos de crédito. Y para lo que habitualmente se encuentra uno por ahí, la película me bastó para hacer un paréntesis en mi atribulada existencia, y para tener que ejercitar la mandíbula hasta que volví a encajarla en su sitio, tan dislocada como estaba de darle tanto a la carcajada repentina con una parodia divertida, que se deja ver, que caricaturiza sin burlarse de nadie el independentismo vasco, y que no se acuerda ni de la crisis ni del paro ni de la biblia en verso.

Aunque sólo sea por eso, y porque ha conseguido que la gente vaya al cine y llene las salas, ole por Ocho apellidos vascos. Pero, al hilo de llenar las salas, me pregunto si viendo cómo se han puesto los cines cobrando las entradas a menos de tres euros, no sería mejor dejar ese precio para una buena temporada, y que las salas se llenaran en lugar de que habitualmente, al menos en la discoteca reconvertida a la que yo suelo acudir, vayamos siempre los mismos, que podemos jugar a las cuatro esquinitas. Si el gobierno aplicara un IVA razonable, y los empresarios de cine calcularan el plus añadido que iban a conseguir en chuches, palomitas y cocacolas igual les salia rentable la rebaja, contribuirían a crear empleo recuperando la figura de los acomodadores, y evitarían que cundiera el desánimo que uno siente cuando, por ejemplo, se encuentra a cuatro personas contadas viendo Amor de Haneke. Tal vez, con otra política impositiva y comercial, aumentaría nuestra cultura cinéfila y la necesidad de frecuentar las salas para disfrutar de actores tan fantásticos como Jean Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, en la película que acabo de citar.

Pero, a lo que iba, antier, mientras desayunaba mi café descafeinado de cafetera con leche, sacarina y tostadas, y me leía El Norte de Castilla, vi anunciada en un cine de Valladolid la película de Trueba. Claro, no era cosa de desaprovechar la ocasión, no fueran a cambiar hoy la cartelera, y me fui a verla con mi novia. Valladolid nos recibió con un aguacero iracundo y con el arco iris más bonito que he contemplado nunca (claro que la compañía, y lo idílico de la escena, también ayudaban lo suyo) como pórtico a la proyección del film. Ese arco iris espléndido tenía que ser forzosamente el preámbulo de una velada mágica. Y así fue. Vivir es fácil con los ojos cerrados me pareció fascinante. Retrata con cariño una época de los difíciles sesenta, con sus luces y sus sombras, con sus convencionalismos, sus tradiciones y la esperanza puesta en una juventud capaz de derribar muros y barreras en un futuro no demasiado lejano. Además, la cinta está llena de literatura, de filosofía, de encanto... Javier Cámara va a terminar convenciéndome de que aunque siempre haga el mismo papel, siempre lo hace bien, y el papel de la prota, Natalia de Molina, a la que me empeñé desde el principio en confundir con Marta Etura (pero seguro que no seré al único al que le ha pasado), me cautivó desde que aparece recluida en un patio lóbrego y sin expectativas.

Hay veces en que los premios fallan y hacen justicia. Vivir es fácil con los ojos cerrados puede ser un buen ejemplo. En cualquier caso, me quedo con una sentencia adaptada que Cámara espeta a bocajarro en la película: el cine, como la literatura (traducida u original), nos puede salvar la vida.

O, al menos, hacernos pensar para rescatarnos de la apatía y del aburrimiento.